RESEÑA DEL "LA VIRGEN DE LOS SICARIOS", de Fernando Vallejo.
- augost21
- 9 nov 2020
- 3 Min. de lectura
Este año he visitado (en las historias de los libros) Colombia. La primera vez fue con Delirio, de Laura Restrepo, una historia deliciosa que mezcla el realismo mágico de García Márquez con trazos de Saramago, y que tiene como marco la etapa terrorista en que Pablo Escobar bombardea puntos de Bogotá y existía el toque de queda; además, tiene una de las mejores portadas que he visto (la del azul cobalto con peces naranjas). La novela que comentó en esta ocasión sucede en Medellín, pero en la etapa final del capo Escobar, en sus últimos coletazos de muerte, después de que este cayó muerto en los tejados de alguna comuna de Medallo (como también le llaman en la novela a Medellín).
La Virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo, es una novela narrada por un personaje que comparte nombre con el autor y el cual se menciona una sóla vez, en uno de tantos momentos en que aparece la muerte en la historia. Al parecer, no me queda claro a qué se dedica, es una especie de profesor erudito, escritor o intelectual, y de buenos recursos, pero solitario y frío. Lo único que lo calienta son sus ángeles de la muerte. Es alguien culto que surgió de la zona y que regresa por algún motivo, conociendo a Alexis, joven sicario con quien emprenderá un viaje en una espiral de violencia que parece no incomodar, en lo más mínimo, a Fernando. Después del encuentro entre este y Alexis, la violencia ya no para.
Es un libro duro, muy duro. Sin embargo, tristemente, en estos días queda rebasado por lo que vemos a diario en redes sociales. La violencia, y las cifras que de ella emanan, ya no se puede ocultar, se escapan y desbordan como si se vertieran en un cubo agujereado. Las vemos en redes sociales, las consumimos crudas, sin filtro. Cuando las imágenes salen difuminadas en la televisión, si es que alguien sigue viendo tv, antes ya dieron la vuelta ene mil veces en twitter, sin difuminado y hasta con varias tomas.
Pero no deja de ser triste, porque comparte la visión de la vida en esas comunas, las zonas marginadas, hacinadas en las montañas que rodean Medellín. Jóvenes que abrazan la labor, no se como llamar a esa acción, de matar gente por encargo, cuya esperanza de vida se reduce drásticamente y que cada vez empezaban más niños. Abundaba el trabajo mientras reinó Escobar. Murió este y quedaron en desuso, pelándose los territorios y matándose desde motonetas. Y creo que, espero que, Vallejo se toma la libertad de exagerar la violencia haciendo que sus “ángeles” de la muerte maten con tal facilidad, para mostrar el grado de descomposición y desesperanza de la juventud de las comunas. Lo que abunda es muerte. Escasean las oportunidades.
Y el libro es una crítica. Porque parte de la desesperanza es el gobierno corrupto al que critica constantemente el narrador. Pero este también es contradictorio, visitando iglesias, buscándolas con fervor, pidiéndole a los santos y a Dios, pero renegando también a cada momento. De los pocos momentos de humanidad que exhiben los personajes se narran cuando ven a un caballo que transporta a duras penas a su jinete y material bajo el calor de la ciudad; o cuando rescatan a un perro moribundo. Triste.
No me es ajena la historia, porque tanto la violencia como los términos los tenemos acá en México. No se si lo trajeron los colombianos o los llevaron los mexicanos para allá, pero hasta la violencia y la corrupción es común. Y, como bien dicen en el libro, para corregir o calmar tanta muerte y dolor, las-can-chas-no-bas-tan. Lectura dura y hasta necesaria. Porque sí, la lectura es placer, pero también debe espolear la conciencia, abrir los ojos y hacernos más sensibles al contexto en el que vivimos. Carajo.

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